viernes, diciembre 07, 2007

SANTA MARíA DE IQUIQUE, Solsticio de Vida y Muerte en el Desierto


Por qué “Solsticio”. Quizá pueda aparecer como rebuscado para alguno, o desconocido para otros, o un eco de la tendencia de complejizar los títulos, para encrucijarlas en la reverberación literaria y llamar la atención de eventuales y cada vez más exigentes lectores. 

Y aquí en realidad se trata de una reverberación y se trata de una figura literaria llena de sentidos, porque este cénit no se restringe a aquel momento en que el Sol está sobre el Trópico de Capricornio, sino que fue en un día de solsticio cuando ocurrió esta matanza que conmemoramos y que requiere de tantas miradas, encuentros y desencuentros, a más de un siglo después. Y el Solsticio es cambio de estación: se acaba la primavera y comienza el verano. Y aquí, sin duda alguna, tuvo fin una primavera de sueños, esperanzas e ilusiones, hasta derribarlas resecas por el Sol más implacable. También es el fin de vidas, de aquellas que caen inertes, de los mutilados y de los heridos en el alma. Mas también es comienzo de vida, porque de pronto se tornaron inmortales, y en su globalidad, más allá del rol de los dirigentes, todos aquellos que estuvieron y/o cayeron en esa plaza-escuela-circo, desde el sureño, al del Norte Chico, al veterano del 79, al peruano y el boliviano y el argentino, el ayamara y el quechua, trascienden los tiempos, para iniciar la flama una y otra vez en San Lorenzo, expandirse por Alto San Antonio, llegar al más alejado cantón y re-iniciar una y otra vez la marcha por el zigzagueante camino hasta el Puerto Grande.

Que fue matanza, lo fue. No importa si fueron 140 como consignaba en su parte oficial el General Renard, y no es necesario que hayan sido 3600, como muchos creen al interpretar la metáfora literaria de Luis Advis en la cantata. Lo que importa es que fueron centenas de vidas cercenadas y miles de almas destrozadas, porque aquella instancia que generamos socialmente como superestructura para entregarnos y conducirnos al bien común, el Estado, fue incapaz de calmar las presiones de los industriales y procedió a ordenar hacer fuego sobre una apretujada multitud, que mantenía ¿hasta entonces? una acérrima fe, casi dogmática y sin mucho basamento, que ese Gobierno-Estado sería capaz de entenderles, de apoyarles, de creerles, de resistir las presiones de los saliteros, de abstenerse e inhibir los intereses comprometidos, las dádivas entregadas y los favores recibidos.

Y, con estas afirmaciones entro llanamente a una desestigmatización de las fuerzas militares que intervinieron en esta matanza, en un planteamiento del que Pólemas no me eximirá. Llanamente planteo que ésta fue una acción ordenada por el Estado chileno, siguiendo un patrón reiterado en Santiago, en San Gregorio, La Coruña y Pontevedra, sólo por nombrar a algunos de los principales eventos trágicos y de dureza incomprensible para muchos quienes, desde hoy, atisban la historia. El Estado de entonces no tenía otras herramientas, más que las armas, para enfrentar la cuestión social, aquella que le alteraba y le rompía los esquemas, principalmente en el norte, donde las salitreras les generaban pingues ganancias y donde, además, había tanto interés comprometido con los industriales. Tanto así que se había limitado, el Estado, a tomar palco en Tarapacá y a recolectar sus impuestos y, por favor, que nada interrumpa este potente flujo que, como constante en este país, convergía desde las regiones al centro. 

Esta fase, de la llamada Cuestión Social tiene como mayor expresión a la centenaria masacre, de la cual Renard y Ledezma son quienes aprietan el gatillo de las armas que el Estado les había entregado, para servir y proteger a la patria. La orden principal ya había sido telegrafiada por el Ministro del Interior, don Rafael Segundo Sotomayor, y por lo tanto, por el Presidente Pedro Montt al Intendente Eastman, para más tarde ser encubiertas por un senado entreverado de intereses y ambiciones y donde sólo algunos diputados resaltan con su honradez y ética en la denuncia franca, valiente.

Y, ojo, que esto no significa que quiera limpiar el nombre de quienes están dispuestos a cumplir las órdenes y a disparar contra la “turba” en las propias palabras de Silva Renard y a justificar con mentiras y ficciones lo necesario de sus hechos. Los uniformados han recibido concentradamente el fuego de la historia por todo este siglo, y las instituciones han camuflado en el olvido tan duros momentos. Y también tienen sus mártires en aquellos que se negaron a disparar y fueron fusilados, porque la Santa María es una síntesis de enseñanzas y medidas ejemplares, “para que nunca más”: para que nunca más se rebelen unos, para que nunca más se nieguen a disparar otros

Mientras, no se le ha pasado la cuenta, no se ha juzgado a ese Estado represivo del período 1891 - 1925, aquél que denominamos “Parlamentario”, sino hasta ahora, en que aparecen otras señales y se puede ver al Gobierno reinvindicando el movimiento, en su carácter socio-laboral y entregándole a los obreros del salitre, los huelguistas, los masacrados, el sitial que se merecen en nuestra Historia Oficial. Porque las políticas del Estado cambian, evolucionan, y a veces es a costa de que la “turba” demuestre toda su dignidad, enalteciéndose como los más humanos de los humanos

Nosotros les debemos las leyes socio-laborales que comenzaron a posterior, claro está que no todo es perfecto. El Estado cambia y se arma de otras herramientas, que son normativas, derechos laborales y hasta de otra cosmovisión para buscar cualificar la vida, el tan anhelado bien común. El Estado de hoy viene superando, con toda la institucionalidad, incluidas las fuerzas armadas, el trance 1973 - 1990. Y reitero, sin ser para nada un sistema perfecto. Con más razón todas estas orgánicas pueden mirar más hacia ayer y asumir un acto de Estado, para reinvindicarse, reinvindicar y poner las cosas en su sitio.

Cosas en su sitio, fácil de escribir o decir. Más fácil declarar Estado de Sitio. Pero también es necesario desestigmatizar de miradas extremas, de apasionamientos irracionales a quienes han transformado a este evento en un panfleto, en un pasquín utilitario. Es claro que los obreros no eran de izquierda ni de centro, ni derecha: eran sencillamente trabajadores en busca de justicia para ellos y sus familias. La raíz de fondo del movimiento no era ni utópico ni extravagante, ya que sólo pedían, como punto principal, que el cambio fuera a razón de 18 peniques, por algo se le denominó y denomina como la Huelga de los 18 Peniques, siendo un hecho que la economía y sistema monetario, donde la moneda dura era la Libra Esterlina, que había bajado de 18 a siete peniques, lo cual era beneficioso para los terratenientes y empresarios, quienes habían contraído deudas en pesos y, como suele ocurrir, era muy desventajoso para los más humildes.

Nada de ácratas y menos de anarcos, lo cual no exime que alguna influencia hayan ejercido algunos, o que pocos o muchos de ellos profesasen alguna forma política y admirasen o se declarasen seguidores de Ericco Maltesta. ¿Dónde se ha visto a anarcos que marchen en órden a esperar que la institucionalidad estatal -además de estar prácticamente ausente- les dé una respuesta a demandas que, sabían, los industriales no les concederían? Sus mayores actos de “rebeldía” fueron la de acudir al sepelio de los pampinos asesinados el día 20 en oficina Buenaventura por un destacamento del "Carampangue", la segunda no acatar las órdenes de trasladarse al Club de Sport. Aquel sábado era más que evidente cómo se venían las cosas. No fue ni una emboscada ni un ataque sorpresa, sino que se dispuso de todo el anfiteatro para masacrar: tropas y cuatro ametralladoras pesadas dispuestas, las Maxim del crucero Esmeralda (el cuarto navío que llevó ese nombre), las carretas alineadas para recoger los cuerpos, la fosa común lista para ser rellenada y algunos lugares más para que se perdiera la cuenta de los caídos. Precedentes, incluso inmediatos, los había. Los dirigentes sabían que serían asesinados como animales a eso de las 4 de la tarde y así se lo manifiestan cuando José Santos Morales y Luis Olea Castillo, mandatados por José Briggs, el presidente del comité de huelguistas, solicitan asilo al cónsul de Estados Unidos, Rea Hanna, en la mañana del 21, en una actitud, que en mi opinión, no era de escape, sino que, de detener la matanza la que perdería sentido con la "ausencia" de los líderes.

Ante tanta evidencia, en una población tan pequeña como la de Iquique, no se haya corrido la voz. Asumir que los dirigentes tenían tal fortaleza como para retener contra su voluntad a tanta gente, cuando estaban allí, a un paso, las tropas que todavía eran la salvación, o que los peruanos desoyeran a su cónsul para correr la misma suerte que sus hermanos chilenos, nos hablan de una decisión conciente, colectiva, en la cual se opta por el sacrificio, quizá porque ya se ha sacrificado demasiado, porque la pervida no es mejor que la permuerte y, al final de cuentas, fuese más ganancioso, fructífero, como a la larga la historia demuestra que lo fue, el permanecer allí, el esperar las ráfagas y el remate a lanza presta: honramos a quien se sacrifica por la patria y aquí tenemos a héroes anónimos, de huesos todavía sin hallar, que se inmolaron por sus derechos, por sus hijos, por sus familias, por los trabajadores. En síntesis, por la patria.

Ahora, ¿por qué se mató?: "Quizá "porque había que matar" como entona la ya citada Cantata. Ya hemos señalado que el Estado de entonces no tenía cómo enfrentar la creciente "cuestión social", también es claro que hubo intransigencia de la parte patronal, quienes fueron partidarios de medidas ejemplificadoras, para no perder su ascedencia, en sus palabras, sobre los obreros y ha he apuntado a las estrechas relaciones entre empresarios salitreros y nuestra dirigencia política, resumibles en el llamado "Escandalo de la Casa Granja", en que estaba involucrado el mismo ministro Sotomayor. El temor de los "acomodados" de Iquique, de la que ironizan algunos historiadores, también tiene sus causas: bien sabemos lo fácil que es promover una campaña de terror y, ya el sólo número, de 14 mil obreros en una ciudad de 30 mil habitantes, era un hecho que generaba conmoción. Pero si debiésemos buscar un motivo que haya tornado imperioso el cruento procedimiento, podríamos hallarlo en que ya en los cantones de Antofagasta, en El Toco y Aguas Blancas, se habían producido réplicas huelguísticas, de mejor desenlace que ésta, pero, ¿Que tal si se hubiese extendido el movimiento a todo el Norte Salitrero? Había que frenarlo a cómo diera lugar, concentrarlo y destruirlo. Y eso fue lo que ocurrió en esa sabatina tarde. El Gobierno-Estado recurrióa sus ya probados recursos para mantener su principal fuente de ingresos, la Combinación Salitrera celebró tan acertadas medidas (aunque dolorosas) y, se detuvo lo que pudo haber sido la paralización total de los obreros del salitre de Tarapacá y Antofagasta y quien sabe de cuantos gremios y sociedades de artesanos y mancomunales más en todo el país. Porque, el manejo económico y el cambio fijo a 18 peniques provocaba una problemática mayor que, en algún momento explosaría.

Cien años. Hace sólo 40 que ingresé al primer año básico de esa escuela Domingo Santa María de Iquique, la Nro. 1 de Iquique, donde los obreros nos entre-abrían la puerta de la sala de clases y nos observaban, para luego juntarla lentamente. Tanto grito, fantasma y sombras entre los juegos de niños, o quizás sólo el viento y la sugestión de las historias que mi madre contaba le habían contado y que intercambiabamos en voz baja, asustadiza complicidad y confidencia con los compañeros de curso, esperando nunca llegase el turno de “semanero”, porque eso significaba quedar solo, hasta casi caer la noche, en esa palpable densidad de fantasmas.

Hoy la matanza no debe ser motivo de temer para ninguna instancia y debe ser motivo de orgullo para todas, las que, a su forma, deben hallarse, re-encontrarse, reconciliarse frente a esa multitud humilde, esperanzada, cansada, desesperanzada, entregada. De hecho el Estado re-enfoca este episodio y es el ministro del interior actual quien asume la construcción del Mausoleo, réplica del que aparece en la foto precedente, y que espera los cuerpos para albergarlos como ántes, mejor que ántes; al mismo tiempo se decreta día de duelo nacional para la fecha y en las escuelas, liceos y universidades se habla y trata de este tema, antes intocable, el que pronto estará en el currículum de historia.

Cada cual, cada una, vivió un momento y condiciones especiales. Hay quienes han cargado las culpas y deben re-mirarlas. ¿Por qué seguir ocultando la cantidad real de masacrados y terminar para siempre con las estimaciones? Una de las preguntas que más me toca tratar de responder son los cuántos: ¿Cuántos bajaron?, ¿Cuántos murieron? ¿Cuántos había en la fosa común? ¿Cuántos cuántos? Hay instituciones que recién están asumiendo y deben re-plantear sus formas de re-encontrarse con aquellos obreros, que bajaron a buscar vida, y que en un sabatino solsticio, encontraron la muerte, pero no la muerte del olvido, sino la vida para siempre. La metralla, los lanceros, en vez de matarlos los dejaron más vivos que nunca







 

























Juan Vásquez Trigo

2 comentarios:

Anónimo dijo...

COMPADRE:

ENVIO ESTE COMENTARIO, POR SUPUESTO CON LA MENTE BIEN AMPLIA, MAS AUN CONOCIENDOLO, EXCELENTE SUS PUNTOS DE VISTAS... BUENO ADEMAS SABER CONCRETAMENTE LO OCURRIDO DESDE OTRA PERSPECTIVA, CON ALTURA DE MIRA.

NUEVAMENTE LO FELICITO, SE Y CONOZCO SU ARDUO TRABAJO.

ATTE. SU AMIGO CRISTIAN

Anónimo dijo...

Hola Juan
Excelente trabajo, cada día nos cautiva más la historia del pasado salitrero del norte Chileno y como esas páginas de la historia han marcado lo que somos hoy.

"En las revoluciones hay dos clases de personas; las que las hacen y las que se aprovechan de ellas." NAPOLEÓN BONAPARTE

Cristian, Soledad y Constanza